

El anciano, igual que muchos hombres que no entienden los juegos del amor, se indigna al sentir el golpeteo de la bailarina en su nuca, se agacha para disuadirla pero ella se contonea aún más, gira alrededor de su cabeza, se afana en llamar su atención, le susurra en los oídos que disfrute de su liviandad. El anciano por su parte, parece que espanta a una mosca gigante, mueve sus brazos de un lado a otro, brinca y se retuerce sobre su bastón, le grita maldiciones e intenta correr para librarse del acoso. Para su mala fortuna, los solitarios por naturaleza tienden a voltear hacia atrás, ella aprovecha esta debilidad para aferrarse al rostro sinuoso del anciano. El hombre al sentir el plástico impidiéndole la respiración, se llena de ira y de pánico. Sus pulmones se estremecen, su corazón se agita, la falta de oxígeno le provoca vértigo, recuerdos, alucinaciones, la sensación de encierro de su primer matrimonio y el horror de morir asfixiado. Ella que no sabe nada de la muerte, queda anclada en las delicias de la carne, la atrapa el calor de la piel, el roce de los labios, la textura de la lengua y el placer de la humedad, una humedad que la hace olvidarse de su gentil vuelo; tras un gran esfuerzo el viejo logra arrancarse la bolsa de la cara, queda encorvado, sin aliento, maldiciendo la promiscuidad de las damas libertinas. La bolsa de plástico que no sabe nada de la fidelidad, se entrega a la inercia, que la mece en sus brazos mientras el viento se lo permite.
Puro cuemto - Narrativa Mallorquina
Ediciones la baragaña
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