Que un mirarnos amigo nos alumbra el semblante
desde su llama honda ,que pulsamos su arcilla,
que el rostro es una proa que se afila y trabaja
con el azote lento de la sal compartida.
Y desde nuestro fondo, con el aroma suyo,
propio de cada lienzo, se espabila una rosa:
la de los muchos giros sobre su quieto centro,
la del fuego y la hormaza: la rosa de memoria.
Lentamente se cuaja esa rosa de arte:
a través de los nudos de la vida en derrota,
saboreando muecas que le ponen los vértigos;
pero sabe la savia tornear: melodiosa.
Escrito entre 1998 y 2010 |
Poemas póstumos
La muerte una vez más
Tusquets Editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario