27 de febrero de 2012

DULCES CARNALIDADES - Guillermo Hernández


Sin un caballero que la guíe, ella baila sola. Su desnudez incita al viento a rozarla suavemente, sus caricias la estimulan a girar en el aire; flota, avanza sensual, gira una vez más y se agita, toca el piso y se revuelca. Nuevamente se eleva y muestra vanidosa su cuerpo excitado; sin tapujos ni tabúes ella se muestra al mundo como es: frágil e insignificante. En su recorrido lujurioso ellos se encuentran a un anciano que es arrastrado por el tiempo; sin decir ninguna palabra ella abandona a su compañero, rodea al anciano con su baile místico y se abraza ilusionada a su pantorrilla. La bailarina que no sabe nada de relaciones personales, es rechazada con un movimiento juvenil. El viento que es un amante rencoroso la retoma, la estruja, la revuelve frente al viejo y la estrella en su pecho; ella que no tiene prejuicios, coquetea abiertamente con el anciano molesto, levanta sus cuatro puntas, le muestra orgullosa su forma arrugada por el uso, y las marcas que deja el pavimento. El anciano cansado de las mujeres livianas, la desprecia con un manotazo que la hace caer al piso. La bailarina que no sabe nada del rechazo, se incorpora, se infla y le ruega a un remolino que la ayude a alcanzar al hombre que la puede salvar del olvido.



El anciano, igual que muchos hombres que no entienden los juegos del amor, se indigna al sentir el golpeteo de la bailarina en su nuca, se agacha para disuadirla pero ella se contonea aún más, gira alrededor de su cabeza, se afana en llamar su atención, le susurra en los oídos que disfrute de su liviandad. El anciano por su parte, parece que espanta a una mosca gigante, mueve sus brazos de un lado a otro, brinca y se retuerce sobre su bastón, le grita maldiciones e intenta correr para librarse del acoso. Para su mala fortuna, los solitarios por naturaleza tienden a voltear hacia atrás, ella aprovecha esta debilidad para aferrarse al rostro sinuoso del anciano. El hombre al sentir el plástico impidiéndole la respiración, se llena de ira y de pánico. Sus pulmones se estremecen, su corazón se agita, la falta de oxígeno le provoca vértigo, recuerdos, alucinaciones, la sensación de encierro de su primer matrimonio y el horror de morir asfixiado. Ella que no sabe nada de la muerte, queda anclada en las delicias de la carne, la atrapa el calor de la piel, el roce de los labios, la textura de la lengua y el placer de la humedad, una humedad que la hace olvidarse de su gentil vuelo; tras un gran esfuerzo el viejo logra arrancarse la bolsa de la cara, queda encorvado, sin aliento, maldiciendo la promiscuidad de las damas libertinas. La bolsa de plástico que no sabe nada de la fidelidad, se entrega a la inercia, que la mece en sus brazos mientras el viento se lo permite.



Puro cuemto - Narrativa Mallorquina
Ediciones la baragaña

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