Mostrando entradas con la etiqueta Milana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Milana. Mostrar todas las entradas

10 de abril de 2016

Poemes de Paula Enseyat traduïts al català


MUJER HECHA DE AGUA


Renta la cara al sol
S'aixeca,
corre,
em reinventa
i sóc.
Els seus ulls contemplen
cada present
com si fos
l'únic.
De sobte,
 tot s'atura
i esclata la tempesta:

- Per què he de crèixer, mare?



***


Les primaveres d'abans
inaccesibles,
juguen a conillons
amb els meus fills.


***



 Aqui està egronçant arrugues,
la seva cançó espanta
vellesa i entenimemt.
Oberta en canal
la necessitat de tornar
al primer calfred.


***


Abandonar l'abraçada
i contemplar-me nua
sota la pell que se'n va.


***


No degueres
deixar-me abandonar
aquell prat.
degueres
deixar-me allà,
entre núvols,
en aquell mar
de sucre
on el sol era
el teu melic.



Déjame entrar, déjame algún día
ver como ven tus ojos (J.Cortázar)   Paula Ensenyat 


Aquesta entrada ha estat ha estat possible, gràcies als  poemes cedits per l'autora. Tots són inèdits.

8 de marzo de 2014

3 poemas de Paula Ensenyat









Ante el deseo de la roca
el mar
no conoce pecado


*


No debiste
dejarme abandonar
aquel prado.
Debiste dejarme,
entre nubes.
En ese mar,
De azúcar
en el que
el sol
era tu obligo


*


Madre

La imagino
desperezándose
entre sus sábanas
de vainilla;

la miel se vuelve amarga,

y mi cama

aún más fría.







Para la entrada que cuelga hoy de este blog, la autora ha tenido a bien ceder estos poemas inéditos, se ruega que a la hora de hacer reproducción de los poemas se nombre debidamente a la autora.




23 de noviembre de 2013

Haikus de niños de 9 años y un regalo - Milana



(Imagen Lisa Evans)








 

La inocencia del haiku Selección 
de poetas menores de 12 años
Vaso roto Poesía


manuscrito de Hada


*

Las primaveras 
de antaño inaccesibles
juegan al escondite
con mis hijos.




Poema inédito de Paula Ensenyat, con bastante aire oriental. Publicado 
únicamente bajo su consentimiento   

7 de agosto de 2013

EL GRAN CHEF - Paula Ensenyat



EL GRAN CHEF



“Mírate, quién te lo iba a decir, a ti, a un camarero de café de barrio. Mírate, aquí estás, en la zona más selecta de París, cocinando exquisiteces para los comensales que vienen  a la ciudad  a degustar
tus creaciones”.

La mirada de Félix irradia orgullo. Observa su rostro en el reflejo de la cacerola que cuelga sobre su cabeza. De pronto, su mirada se oscurece, es hora de ponerse en marcha, es hora de cocinar.

El chef mete una de sus manos en el bolsillo del delantal y, al hacerlo, su semblante se transforma. Atrás quedan las ideas que ocupaban su pensamiento hace tan solo unos instantes. Se contraen las facciones de su rostro, su mirada empieza a hervir, unas finas gotas de sudor comienzan a cubrir su frente y a empapar sus manos. “¡No está!... no puede ser, no puede ser,  repite una y otra vez para sus adentros.

Su cambio de ánimo puede palparse en todos y cada uno de los rincones de la cocina; los ayudantes se quedan inmóviles, como petrificados y, en sus miradas, puede observarse cómo el pánico va aumentando por momentos.  El suave hilo musical se escucha ahora como un estridente y molesto ruido, incluso el fuego que emerge de los fogones ha cambiado, sus llamas se muestran ahora ofensivas, casi iracundas.



Los trabajadores retroceden hasta concentrarse en el rincón más oscuro de la estancia. Félix va de un lado a otro abriendo y cerrando cajones y  puertas.

–¿Dónde está? No puede haber desaparecido. ¡Lo necesito! ¿Cómo voy a cocinar sin él? –Grita una y otra vez.

En un abrir y cerrar de ojos, la cocina pasa a ser un revoltijo de puertas abiertas, de ollas y sartenes revueltas y, el suelo, siempre impoluto, aparece ahora lleno de trapos y demás enseres culinarios mientras el chef sigue dando vueltas y aporreando todo cuanto tiene a su alcance.

–Don Félix… Aquí está, aquí está, tranquilo, aquí lo tiene.

El ayudante, conteniendo la respiración,  le ofrece el frasco que tiene entre las manos.El chef lo abre con suma delicadeza, toma una pequeña cantidad de ungüento con el dedo índice y lo aplica debajo de su nariz mientras aspira con ansia el  aroma del mentol. Acto seguido, se pone manos a la obra.

Todos continúan con su trabajo. Mientras Félix se afana entre los fogones, los ayudantes se esfuerzan en proporcionarle todo lo necesario para que pueda elaborar sus recetas.

Nadie es consciente de la cantidad de recuerdos que le trae ese aroma a mentol:

–Félix, cariño, no resisto este dolor. ¿Puedes darme un masaje?
–Sí, abuela. Ahora mismo voy a buscar tu medicina.

El pequeño Félix corre a buscar el ungüento. Sabe que cuando ella se lo pide, es porque siente mucho dolor  y  no le gusta verla sufrir. Además, el aroma a mentol le gusta mucho.

–Ya estoy aquí, abuela, ya verás como en seguida te sentirás mejor.

–Muchas gracias, hijo… Dime, ¿dónde está tu madre? Hoy no la he visto en todo el día.

–Mamá está muy ocupada haciendo la colada en el río. No creo que vuelva hasta la noche –dijo,

escondiendo la carita entre las rodillas de su abuela. No le gusta mentir, pero no puede dejar que la anciana descubra la razón por la que su hija desa-parece durante días.

“No, no puedo permitir que sepas que mamá está tan bebida que no puede levantarse de la cama”.

–Entonces hoy tampoco habrá podido cocinar, ¿verdad, hijo?

–No abuela, hoy tampoco ha podido cocinar. ¿Tienes hambre, quieres que te traiga unas galletas?

–Vale, cariño… Unas galletas y un vasito de leche. No olvides preparar un vaso para ti también.

–Sí, ahora mismo preparo dos vasos de leche con galletas y nos las tomamos juntos. –Le responde

dirigiéndose a la cocina mientras aspira el mentol que impregna sus manos...

–Don Félix… disculpe, don Félix. Se le ha caído el frasquito –dice el ayudante señalando al suelo.
Félix se apresura a recoger el frasco y, tras contemplarlo unos segundos, vuelve a meterlo en el bolsillo del delantal.

“Bendito mentol, si no fuera por ti jamás habría llegado a ser el gran chef que soy. Jamás habría podido cumplir la promesa que le hice a mi abuela cuando tenía diez años”:

–No te preocupes abuela, aprenderé a cocinar. Seré el mejor cocinero del mundo y no tendrás que volver a pasar ni un solo día tomando leche con galletas.

–Ay cariño, no te preocupes por eso, a mí me gusta mucho la leche con galletas. Además, tú no soportas el olor de la comida. ¿Ya has olvidado que los días en los que tu madre puede cocinar y no sales a la calle porque hace mal tiempo te pasas el rato vomitando?

–No, no lo he olvidado abuela pero tú no te preocupes, lo conseguiré. Una promesa es una promesa ¿o no?, –dijo el chiquillo cruzando su índice derecho con el de su abuela.

Félix sigue inmerso en sus recuerdos, en el comedor todas las miradas se concentran en las puertas giratorias. En ese preciso instante, un camarero sale de la cocina portando una bandeja de plata con una comanda que han pedido hace ya más de una hora.

En cuanto el camarero les sirve, empiezan a comer. Todos coinciden en que la comida es realmente exquisita y alaban la gran originalidad del chef al combinar deliciosamente los sorbetes de frutas con un ligero toque de mentol.




Antología de relatos Puro cuento 
Nueva Narrativa Mallorquina 
Ediciones la Baragaña

3 de noviembre de 2012

Relato de Milana - Migajas


Migajas

Una de las grandes ventajas de ser pequeño, aparte de que puedes
meterte en cualquier sitio, es que casi nadie repara 
en ti. No es que te ignoren, es que no existes. 

Hoy ha sido uno de esos días en los que he agradecido esa condición, ya que me 
ha permitido observarlo todo desde mi propia cama; un cojín de espuma 
y ganchillo que me hizo Elvira poco antes de morir.

Debía ser muy temprano, porque aun dormía cuando el ruido 
de unas voces me ha despertado. Hacía más de un año que no venían 
por aquí, justo el tiempo que hace de la muerte de Elvira. Al parecer, sus 
hijos habían decidido que esta mañana iban a llevarse los objetos 
de valor que había en casa.

Se han repartido el trabajo en un instante; ellas han empezado a vaciar 
cajones y armarios repartiendo su contenido en dos lotes; uno 
en el suelo, donde iba a parar todo aquello que no les interesaba. El otro, sobre
 la mesa del comedor. Los hombres, en cambio, han empezado a discutir 
sobre el valor de lo que ellas iban colocando sobre la mesa. El más pequeño 
de los hermanos era el único que no participaba en esa selección 
de reliquias. Siempre fue el más serio de todos, casi siempre callado y
con un libro entre las manos. Quizá por eso sus hermanos se referían a él
como “la rata de biblioteca”, a mí siempre me cayó bien, de hecho, fue 
al único al que Elvira le habló sobre mí.



Tomás ha permanecido sentado en la mecedora de su madre durante 
toda la mañana, pero sus hermanos están tan acostumbrados a que no se 
deje notar, que pronto se olvidan de que está ahí. A veces pienso que a pesar 
de su metro ochenta, es tan pequeño como yo. 

El reloj de pared tocaba las tres cuando Tomás se ha levantado. Se ha acercado
a la mesa del comedor y, sin decir nada, ha abierto una caja de
 madera. Eso ha hecho que sus hermanos se dieran cuenta 
de que seguía allí. Él, sin prestarles atención, ha  empezado a vaciarla 
con cuidado mientras lo observaban con avidez. Ha colocado los objetos 
sobre la mesa con delicadeza; un reloj infantil, un frasco de perfume, un
papel ceroso, un dedal niquelado, un broche de oro
 blanco, la dentadura de oro del abuelo y las alianzas 
de cuatro matrimonios.  A medida que las joyas aparecían sobre
la mesa, cada uno argumentaba por qué tal o cual cosa debía 
ser para él.  Tomás no ha dicho ni una sola palabra. Ha cogido
lo que parecía un trapo de cuadros, la hoja de papel y se ha 
acercado a mí con paso decidido. Cuando he querido darme 
cuenta, mi colchón y yo viajábamos en el coche de Tomás. “Tranquilo, 
nos vamos a casa.”- Me repetía como una oración cada vez 
que los saltos del coche me sacaban de mi cama.

Una vez en su casa, me ha colocado en una especie de recinto de madera 
en el que había una de esas galletas que me daba Elvira. Ha sacado 
algo del bolsillo de su pantalón y se ha sentado en el suelo. He reconocido 
los objetos de Elvira nada más verlos.


Tomás ha desplegado el papel y lo ha dejado abierto en el suelo, parecía 
el garabato de un corazón rodeado de letras de distinto tamaño. Después, igual
 que hizo con la hoja, ha desdoblado el trozo de tela; no era un trapo como 
yo creía, era una bolsa. 

Tomás se la ha acercado a la nariz y, mirándome de soslayo, me 
ha dicho; “Aquí está mi madre, rata, como su abrazo estaba 
dentro de cada bocadillo”. 

La galleta se está desmigando entre mis dedos. Han pasado dos horas desde 
que la cogí pero no he podido darle ni un solo bocado; no soy capaz de apartar
 la vista de la bolsa. Tomás sigue abrazado a esa bolsa vieja, pero Elvira 
aún no ha querido salir de ella.


Este relato inédito de la autora se ha publicado en este blog bajo su consentimiento

Una Ola Naranja
Vida latido dulzura



8 de septiembre de 2012

El Bronco - Milana




El Bronco

 En un lugar muy escondido existe un pueblecito en
 continuo crecimiento. Está repleto de árboles de copas
rosadas y ríos de agua roja.

Es un lugar lleno de algarabía; centenares de hadas pasan días y noches entregadas al buen funcionamiento de este pueblo pero, por mucho que ellas siempre hayan intentado que todo funcione, hubo un tiempo en el que el pueblo pasó por un grave problema: El oxígeno no llegaba a las hojas de los árboles, éstos eran demasiado pequeños y no tenían la fuerza necesaria para obtenerlo de la atmósfera. La consecuencia; todos los seres de este pueblo llamado Aerius, sufrían. Se sentían cansados y tristes. Si no encontraban  pronto una solución a este problema todo, empezando por los árboles y las hadas, todo, moriría.




Una noche de primavera sucedió algo extraño, al principio, los seres de Aerius pensaron que se había levantado viento fuerte pero, poco a poco, se fueron dando cuenta de que lo que ellos oían no era el viento sino un triste y penoso lamento. Uno a uno, fueron saliendo de sus hogares tratando de averiguar qué extraña criatura podía emitir ese sonido que desgarraba el corazón de quien lo escuchaba. Las hadas, propusieron que todos los habitantes del pueblo se dividieran en grupos para ir a explorar el territorio. Así lo hicieron.

Horas después, fueron reuniéndose en la plaza del pueblo, bajo el gran reloj Mitral. Las hadas intuyeron que sucedía algo malo; todos andaban cabizbajos y pensativos. Entonces, preguntaron al grupo que se había dirigido al Norte… ellos no habían encontrado a nadie. Luego, preguntaron a los que fueron al Sur, y al Oeste, y al Este; nadie había visto nada, ningún ser extraño merodeaba por sus tierras pero ese lamento no dejaba de escucharse. Era tan desgarrador que incluso las hadas perdían el aliento. Lo bautizaron con el nombre de Bronco.

Decidieron que lo mejor que podían hacer era regresar a sus hogares y cerrar puertas y ventanas para que lo que fuera que andaba por allí no pudiera hacerles daño.
A partir de ese momento no hubo nadie en el pueblo que pudiera conciliar el sueño y no hubo más tema de conversación que “el Bronco”.

A la mañana siguiente, las hadas fueron las primeras en aventurarse a salir de su refugio. Al fin y al cabo, ellas eran las responsables del pueblo y sus lugareños; con la luz del sol todo se veía de otra forma y cuál no fue su sorpresa al descubrir que el temido Bronco no estaba en ninguno de los puntos cardinales de sus tierras sino en el mismo centro de Aerius. Quien emitía ese horrible sonido no era un ser extraño, ni siquiera una terrible fiera, eran los árboles los que, con sus hojas y troncos emitían ese lamento. Todos los árboles del pueblo agonizaban y Bronco iba haciéndose más fuerte con cada bocanada de aire que intentaban tomar.



   Las hadas se dirigieron corriendo hacia la plaza del pueblo y entre todas hicieron tañer las campanas del gran Mitral lo más fuerte que pudieron. Al acto, todos los habitantes acudieron a su llamada. Entonces empezó la que sería la primera asamblea general de Aerius. Las hadas explicaron a los lugareños lo que habían descubierto y pudieron comprobar lo que decían las hadas; los árboles se estaban muriendo y con ellos, Aerius.

Todos estuvieron de acuerdo en que tenían que tomar decisiones apresuradas pero lo único que se les ocurrió fue intentar utilizar la menor cantidad posible de oxígeno. Solo había una forma de hacer eso; llevar sus cuerpos a un estado de hibernación que, si bien no serviría para ayudar a los árboles a conseguir el oxígeno necesario para vivir, al menos les concedería la benevolencia de una plácida muerte.

 Poco a poco fueron abrazándose entre ellos. Uno a uno se despidió entre besos y lágrimas, se encaminaron hacia sus respectivos hogares y se acostaron. Las hadas empezaron espolvorear polvos de sueño eterno por todos y cada uno de los rincones de Aerius. Al terminar, se dirigieron a los pies del gran Mitral para brindarle homenaje con su último aliento .

Las hadas habían perdido toda esperanza de salvación, cuando aparecieron unos gigantes vestidos de blanco con unos utensilios muy extraños. Venían desde tierras lejanas atraídos por el lamento de los árboles. Las hadas les explicaron lo que sucedía y se sorprendieron al obtener palabras de esperanza y coraje a su llanto.

 Una vez consiguieron calmar a las hadas, los gigantes se pusieron  manos a la obra. En primer lugar, pidieron a las hadas que despertaran a todos los habitantes del pueblo; todas las manos serían necesarias si querían tratar de salvar Aerius. A continuación, idearon un sistema de mangueras y bombas llenas de aire artificial para intentar que el oxígeno empapara el pueblo y poder ayudar a los árboles a captar la mayor cantidad de oxígeno posible.

 Todos colaboraron en este proyecto, desde las hadas que se pasaron días colocando mangueras en los lugares que los gigantes creían oportunos, hasta los campesinos, que se turnaban para bombear toda esa maquinaria para que el aire no dejara de fluir ni un solo segundo.

Lentamente, los árboles fueron empapándose de ese aire medicinal que les devolvió las fuerzas para seguir luchando hasta conseguir hacerse lo suficientemente fuertes para aspirar el oxígeno de la atmósfera por ellos mismos.

 Los habitantes de Aerius jamás olvidarán que viven y respiran gracias a la entrega y dedicación de esos gigantes que entregaron todos sus conocimientos, utensilios y afecto tan solo a cambio de una sonrisa sincera; la de un niño que ha superado con valentía un Broncoespasmo.


Este Relato está entre los 60  finalistas del II Certamen Imprimátur de #Relato_Breve_2.0

26 de mayo de 2012

Relato de Milana Frente al Océano















Frente al Océano





Mis pies desnudos deambulan por la playa mientras mi mirada se pierde en la magia del nuevo amanecer. A lo lejos, una extraña figura llama mi atención. Me aproximo lo suficiente para comprobar que se trata de un anciano, está arrodillado, frente al inmenso océano, repitiendo el mismo gesto una y otra vez; sus manos forman un improvisado cuenco en el que va recogiendo el agua salada, la observa, se entristece y vuelve a empezar. No logro comprender qué es lo que está buscando pero el dolor en su rostro es tan fuerte que impregna mi alma. Me acerco un poco más. Rozo su hombro. Él, me mira de reojo y continúa con lo que estaba haciendo. Yo, preocupada e intrigada, le pregunto;


- ¿Ha perdido algo, señor? ¿Necesita ayuda?

A lo que él responde;

- Llevo más de media vida tratando de encontrarla pero no está,
  se ha ido.

Tras lo cual, reanuda su búsqueda. Llegados a ese punto, no sé qué
hacer. Me gustaría ayudarle pero, sobre todo, comprender cuál es el motivo
que le ha dejado en este estado. Llevada por la curiosidad,
intento fijar la mirada en el líquido que lentamente se escurre de sus manos.

¡Vive!

Su explosivo grito me sobresalta. Doy un paso atrás.

- No… no te asustes muchacha. Ven, acércate, por favor,
 colócate donde estabas hace un instante… Por favor…

Me arrimo a él con el corazón acongojado mientras observo cómo
recoge una nueva porción de agua.

 -¿Encontró lo que buscaba? ¿Qué es lo que está vivo?

Le pregunto impaciente en el mismo minuto en que trata de incorporarse. Le tiendo mi mano y tiro de él con cautela. Tiene una extraña expresión en la cara, incluso su mirada se ve distinta. Una vez en pie, se coloca frente a mí y, asiendo mi faz con ambas manos proclama;

- Sí, niña. La encontré. Al fin hallé la magia que nace de la fe en
la vida. Aquella capaz no sólo de alimentar grandes sueños sino
de luchar por ellos. La que late con fuerza propia.



 No entiendo nada. Azorada, le pregunto;

   - ¿Cómo puede hallarse eso en el agua de mar?

Entonces, fijando su mirada en la mía, añade;

- No, bonita, no. El agua tan solo fue el puente que me trajo el candor que emana de tu mirada.





Relato cedido por la autora y publicado en este blog bajo su consentimiento


Sus manos hablan de dulzura y vida Grácias Milana 

13 de enero de 2012

Paula Ensenyat - Un largo de café







Un largo de café




Olga se dejó caer con desgana sobre una silla, sacó un paquete de cigarrillos del bolso y asintió cuando el camarero le preguntó si tomaría lo mismo de siempre.

Cada día, después de dejar a sus hijas en el colegio, se paraba en la cafetería que hay frente a su casa para tomar un café con leche; largo de café, como su vida, con la leche fría, como su cama, con sacarina, como sus sueños.

Observaba su reflejo en el líquido amargo cuando de pronto, se contempló en brazos de Hades, y no pudo evitar sentir que al fin le había sonreído la suerte al encontrar morada para sus sueños moribundos.

Se tomó el café de un solo trago, se levantó de la silla, se dirigió hacia el camarero y, sin mediar palabra, depositó un beso en sus labios. Salió a la calle sin mirar atrás y empezó a caminar en dirección al mar.

Ése fue el último día que vieron a Olga entrar en la cafetería de Don Ignacio.
Desde entonces, es el camarero el que no deja pasar ni un solo día sin tomarse un café
con leche, largo de café, la leche fría.







Antologia de relatos-Puro cuento
Narrativa Mallorquina
Ediciones La Baragaña
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...