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30 de diciembre de 2020

5 Relatos de Guillermo Hernández - Filosofía de autobús





 3

— ¿Por qué le reñiste al camarero de esa manera?
— ¡Cómo que por qué! Le dije dos veces que el café lo quería 
bien caliente.
— Pero, macho, al final lo bebes casi frío, hablas y hablas y
tengo que decirte que te calles y te bebas el café.
— Sí, pero no es lo mismo que yo lo deje enfriar, esa es mi
decisión, a que un gilipollas decida por mi y me traiga el café
ya frio.


***


22

— Bésame con los labios... Bésame con los labios que me estas
llenando de saliva...
¿Pero con qué me estas besando? ¿Qué es esto, sudor o saliva? 
Bésame con los labios que luego la saliva huele.


***


37

— No sé, si me guío por los diez mandamientos puedo pasar, 
quizá tenga una oportunidad; pero si me guío por la Biblia no
puede pasar, porque soy un pecador, pecador. El que más...


***


39

— El lunes Sara no cogió el móvil, sólo dijo que no quería
hablar, el martes me dijo que no era un buen momento, el 
miércoles nada, no quise molestarla, el jueves y el viernes ya no
dijo nada y así toda la semana
— ¿Y para que la sigues buscando si no quiere hablar contigo?
— Ya, es sólo para que vea que yo iba en serio cuando le dije 
que quería estar con ella.


***


52

— ¿Mataste al bicho? 
— Sí, era uno largo, rojo y muy raro.
— ¿Era una mariquita? 
— No, a esas no las mato, las guardo y las llevo a casa. Las
 pongo en el balcón entre las hojas de mis plantas, y así cuando 
salgo las veo; me encanta estar rodeada de mariquitas.



 Filosofía de autobús
Ed. Libros Escafandra


30 de septiembre de 2015

Guillermo Hernández, 1ª ronda Slam Mallorca Mes a Més de Septiembre.



























 (Guillermo Hernández leyendo en el café a tres bandas)




Cartel correspondiente a dicho Slam 




27 de febrero de 2012

DULCES CARNALIDADES - Guillermo Hernández


Sin un caballero que la guíe, ella baila sola. Su desnudez incita al viento a rozarla suavemente, sus caricias la estimulan a girar en el aire; flota, avanza sensual, gira una vez más y se agita, toca el piso y se revuelca. Nuevamente se eleva y muestra vanidosa su cuerpo excitado; sin tapujos ni tabúes ella se muestra al mundo como es: frágil e insignificante. En su recorrido lujurioso ellos se encuentran a un anciano que es arrastrado por el tiempo; sin decir ninguna palabra ella abandona a su compañero, rodea al anciano con su baile místico y se abraza ilusionada a su pantorrilla. La bailarina que no sabe nada de relaciones personales, es rechazada con un movimiento juvenil. El viento que es un amante rencoroso la retoma, la estruja, la revuelve frente al viejo y la estrella en su pecho; ella que no tiene prejuicios, coquetea abiertamente con el anciano molesto, levanta sus cuatro puntas, le muestra orgullosa su forma arrugada por el uso, y las marcas que deja el pavimento. El anciano cansado de las mujeres livianas, la desprecia con un manotazo que la hace caer al piso. La bailarina que no sabe nada del rechazo, se incorpora, se infla y le ruega a un remolino que la ayude a alcanzar al hombre que la puede salvar del olvido.



El anciano, igual que muchos hombres que no entienden los juegos del amor, se indigna al sentir el golpeteo de la bailarina en su nuca, se agacha para disuadirla pero ella se contonea aún más, gira alrededor de su cabeza, se afana en llamar su atención, le susurra en los oídos que disfrute de su liviandad. El anciano por su parte, parece que espanta a una mosca gigante, mueve sus brazos de un lado a otro, brinca y se retuerce sobre su bastón, le grita maldiciones e intenta correr para librarse del acoso. Para su mala fortuna, los solitarios por naturaleza tienden a voltear hacia atrás, ella aprovecha esta debilidad para aferrarse al rostro sinuoso del anciano. El hombre al sentir el plástico impidiéndole la respiración, se llena de ira y de pánico. Sus pulmones se estremecen, su corazón se agita, la falta de oxígeno le provoca vértigo, recuerdos, alucinaciones, la sensación de encierro de su primer matrimonio y el horror de morir asfixiado. Ella que no sabe nada de la muerte, queda anclada en las delicias de la carne, la atrapa el calor de la piel, el roce de los labios, la textura de la lengua y el placer de la humedad, una humedad que la hace olvidarse de su gentil vuelo; tras un gran esfuerzo el viejo logra arrancarse la bolsa de la cara, queda encorvado, sin aliento, maldiciendo la promiscuidad de las damas libertinas. La bolsa de plástico que no sabe nada de la fidelidad, se entrega a la inercia, que la mece en sus brazos mientras el viento se lo permite.



Puro cuemto - Narrativa Mallorquina
Ediciones la baragaña
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